Tras un par de remezones en Mega, hoy el conductor de Mega dice sentirse “reafirmado”. Con su estilo frontal, opinante y cómico, se ha consolidado como rostro protagonista en la TV, sin hacerle asco a la farándula. Pero su perfil lo ha construido durante largos años: “Hoy no tengo ni un pudor de nada”, manifiesta.
“Te escucho”, aclara José Antonio Neme Abud (44) de antemano, que mira y teclea un mensaje antes de soltar el teléfono, a la espera de la primera pregunta de La Cuarta. Aunque pareciera difícil, divide su atención, y luego suelta el celular. A ratos pareciera desganado, a ratos distraído, pero también, con frecuencia, muy concentrado y reflexivo, como si sólo verbalizara una pequeña fracción de lo que pasa por su cabeza. También, se ríe con facilidad, tira la talla. Fluctúa, no oculta, se muestra.
El conductor de Mucho gusto (Mega) viene con cinco horas de matinal en el cuerpo —en que se indignó con la falla masiva que tuvo el Metro y también lució su torso desnudo replicando una foto junto a su compañera, Karen Doggenweiler— y de una reunión exprés. Bosteza, una, dos, tres veces con el transcurso de los minutos. Parece cansado. Pero, también, inquieto, se acomoda en distintas posiciones, echado sobre contra el respaldo, estirado y, más enfocado, apoyando sus brazos en la mesa.
En marzo del 2021, cuando se encontraba en La Red tras su primer paso por el canal al que poco después regresó, planteó en una entrevista a Martín Cárcamo: “Fue difícil para Mega lidiar conmigo editorialmente”.
Ahora, consultado sobre esa frase, Neme cree que esa tensión quedó atrás, y añade con gracia y aludiendo a las altas esferas de su casa televisiva:
—Me conocen ya, ¿pa’ qué me invitan si saben cómo me pongo?...
Y es que los últimos meses en Av. Vicuña Mackenna no han estado exentos de giros dramáticos, con una casi salida de Neme a CHV y un truncado cambio de rostros que terminó con la salida de un ejecutivo. Bueno, como sea, al rostro matutino le quedan cuatro años en Mega y prefiere ir día a día.
Con La Firme, el frontal y histriónico conductor, más reposado, hace un balance de su presente televisivo, manifestándose algo “frustrado” por lo difícil que es “leer a la audiencia”; al momento de la entrevista, el Mucho gusto se encontraba en una racha de varios días en el tercer lugar. Sin embargo, aquel es sólo un pasaje de la conversación, ya que el periodista se remontó hasta su infancia, etapa que le resulta ingrata; la conflictuada adolescencia y el entender su homosexualidad; las relación con sus padres; sus andanzas como reportero; su naciente coalición con Julio César Rodríguez fuera de la TV; sus coqueteos con la farándula; presente vital; su mirada del amor; su “dopamínica” relación con el dinero, reflexiones políticas, otras varias, y un tanto más.
LA FIRME CON JOSÉ ANTONIO NEME
¿Un recuerdo de niño? No guardo muchas imágenes de mi infancia, porque no fue un periodo muy agradable que recuerde con especial cariño; no es que haya tenido una infancia dura ni necesariamente dolorosa, pero no es una etapa de la vida que me evoque “placer”. Creo que uno es muy dependiente cuando niño, muy frágil; depende generalmente de un adulto, y muchas veces no es el mejor adulto. Uno está muy vulnerable. No tiene información. Crecer es súper duro. No es una etapa que me gustaría revisitar, así como “¡ay, me gustaría volver a ser niño!”. La verdad, no. Todo lo contrario, soy bien lapidario con las imágenes de mi infancia... Ahora, respeto a aquellas personas que piensan distinto. Pero prefiero mi madurez.
Vivía en una casa que giraba en torno a mi abuela paterna, una mujer de carácter; la figura difusa de mi padre era difusa; mi madre era medio adolescente; y un tío, Elías, fue bien importante para mí. Mis papás eran jóvenes cuando se casaron. Mi mamá me tuvo muy chica, a los 21, con toda la inmadurez que significa. Y mientras mi papá lograba juntar un poco de plata y, de alguna u otra manera, tener un piso más sólido, mi abuela nos invitó a vivir en una casa muy grande que hoy es un jardín infantil en Las Condes. Vivimos ahí con mi hermana que me sigue y el hermano de mi mamá, que en ese momento era soltero y, como tenía más tiempo porque mi papá viajaba y estaba prácticamente siempre afuera, me acerqué mucho a él y tengo una relación bastante filial, hoy menos, porque tiene sus hijos, hizo su vida, y yo también tengo la mía; pero en general le tengo un cariño muy especial, mucho más allá del cariño de “un tío”. Es como un papá para mí.

Mi vínculo con los animales ha sido desde siempre. Desde muy chico, cuando había un animal doméstico, siempre se llevaba toda mi atención, especialmente los perros; podía pasar por alto la presencia de cualquier ser humano, pero el animal la captaba toda. Siempre quise rodearme de animales. Había una energía, atracción o algo, siempre, desde muy chiquitito, dos, tres o cuatro años. Era una fascinación. Mi tía, una de las hermanas de mi mamá, era la única que tenía perritos en la familia, dos salchichas, ¡y me parecía alucinante! Conectándome con mi niño interior, ¡lo encontraba un milagro de la naturaleza! Estos seres peludos y cariñosos. Hace 40 años no había una cultura de “dog lover”, el perro era una alarma para que no te robaran y estaba siempre en el patio: los animales dentro de la casa, encima de la cama e integrados como miembros de la familia, no eran parte del Chile de los 80. Después, otra tía mía también tenía un perrito, y mi mamá siempre se negaba porque encontraba que era mucho trabajo. Y cuando ya crecí, empecé a acercarme a los animales, y no he parado. Tengo cuatro perros y he tenido diez a lo largo de mi vida.
Desde chico era un tipo solitario... o sea, más que solitario, no soy de grandes grupos ni de grandes mesas. Me gusta estar con pocas personas y con muchos animales. Porque me distraigo muy fácil, se me va la onda y no me concentro; y hay veces que, la verdad, no me interesa, y se me nota. Prefiero evitar escenas de ese tipo.
Quizá el ejercicio de adolescencia de pertenecer me fue difícil. Agota esa lógica de ser validado, reconocido, aceptado y popular. Todo eso me parecía bastante imposible. Hay una “exigencia”, además, de la adolescencia, por lo que significa la etapa en la vida: uno quiere ser popular, validado y pertenecer, y a veces las cosas no son como uno quiere. Y uno no cae en los mejores grupos y todos tenemos distintas formas de ser; pero los adolescentes muchas veces no reconocen eso, entonces puede llegar a ser algo bastante amargo. Creo que desde esa época dije en un momento: “No, no estoy pa’ la galería”. Preferí construir mi vida desde un lugar de mayor intimidad, con menos personas. No soy un tipo huraño, que se encierre en su casa en una semana y no salga; pero sí de uno o dos amigos. No soy del tipo que te va a llamar y decir: “Vente con quince personas a mi casa”.

¿A los doce o trece años acepté mi orientación sexual?... No sé. El nivel de información que uno tiene a esa edad es poco... Era un niño muy confundido además; son miles de estímulos que uno no sabe bien cómo procesar, cómo explicar a los demás, y había una serie de elementos culturales y sociales que no son los de hoy. Era todo mucho más oculto y oscuro. Fue un tránsito difícil —no al estilo de que me echaron de la casa, hay personas que obviamente han tenido experiencias mucho más duras que la mía—, ¡pero no es fácil para ninguna persona! Si alguien te dice “fue todo perfecto”, me parece que, en ese tiempo al menos, no se ajusta a la realidad.
Mi mamá, Verónica Abud, no quería que fuera actor. Yo igual soy un poco histriónico. El periodismo tiene mucho de teatralidad también; hay una forma de narrar. El contar una historia, más allá de que sea real o no, tiene asociado una dramaturgia, porque estás contando algo que tiene emociones. No hay ni una historia donde hayan seres humanos que no tenga una cuota de sentimiento; aunque uno esté hablando de un cambio de gabinete, también los tiene. Creo que he puesto al servicio de esa narrativa mis dotes teatrales. He pensado en desarrollarlo como aficionado.
Con mi mamá tenía una relación muy estrecha, pero desde el dolor (Mentiras Verdaderas, 2014). ¿Cómo ha evolucionado? Creo que con madurez mía y de ella. Los dos estamos más viejos y, cuando uno se pone más viejo, hay ciertas cosas que dejan de doler, porque cicatrizan. Uno le deja de dar tanta importancia a dolores más pequeños que antes, a lo mejor, los agrandabas, porque la vida se va extinguiendo y dices: “Bueno, ya no me quedan 60 años; me quedan 40 o 20”, en el caso de mi mamá, “entonces mejor aprovecho el tiempo en vivir de una manera plena, en vez de gastarme un día peleando o dando pequeñas batallas absolutamente idiotas”. Con mi padre, Antonio, me pasa algo parecido. Tengo una relación cordial con ellos. O sea, mi mamá no es mi mejor amiga ni pasa metida en mi casa. Y mi papá tampoco. Cordial. Los quiero, obviamente los respeto, admiro y estoy ahí si me necesitan, pero ellos en su casa y yo en la mía.

Una amiga, que ahora vive en Estados Unidos, me llevó a una disco gay en Bellavista. Siempre me acuerdo. Ella era bien loooca; creo que era amiga de las hermanas (Daniella y Denisse) Campos, tenía amigas muy faranduleras, en la época full farandulera, en 1998 o 1999... Puta, en ese momento (la homosexualidad) de verdad era algo que rayaba muy con lo delictual, era bien terrible... Y yo estaba súper triste porque había hablado con mis papás esa misma semana, y estaba un poco angustiado, porque tampoco tenía a nadie que me orientara y no tenía dónde buscar. Andaba súper bajoneado, muy angustiado. Tengo mucha angustia asociada a esos días. Mi amiga, que era mayor además y con más experiencia, me cachó y me dijo: “Mira, yo creo que tú eres gay, hueón”. Como que me “desclosetió”. Y me dijo: “Déjate de lloriquear y de andar con esa cara; después de estudiar nos iremos a una parte que te encantará”. Y me llevó al Búnker, que parece que ya no existe, pero el local sí; era una discoteque gay en Santiago, muy entretenida. Al menos lo que recuerdo de esa época, era un carrete muy cool. Cuando entré sentí como que estaba entrando al Studio 54: “¡Wow! ¡¿Qué es esta huevada?!”, pensé. Probablemente mi falta de conocimiento y experiencia me llevó un poco a idealizarlo. Fui, además, muy tapado, con un suéter, y llegué y todos los huevones estaban “en pelotas”, con camisetas, poleras y qué sé yo... Fue lindo descubrirlo. Pero fue duro porque caché que tampoco pertenecía a eso. Tampoco es que llegué a la discoteque gay y todos me salieron a recibir como “hola, qué gusto que vengas, pasa”. Las cosas no eran así. También había una dureza, una frialdad y una cosa áspera.
La sociedad chilena no es tan acogedora como nosotros creemos que somos. Siento que a veces, en grupos de minoría, se amplifican los defectos sociales; entonces, si una sociedad es clasista, en una minoría (en este caso, sexual) también son clasistas, como celosos del pertenecer. Había un gueto ahí, una cosa muy dura de penetrar. Poder encontrar dentro de esta selva mi propio camino, era una pega. Hoy día no sé cómo será, ya soy un viejo ya, pero en esa época no lo recuerdo como una tarea fácil. Y siento que, de alguna u otra manera, igual se reeditaron algunos fantasmas del colegio: volver al mismo punto de tener que ser validado. Esa pega duró años.
No tengo hijos, pero tengo sobrinos y amigos que tienen hijos, y llegas a un asado hoy y te dicen: “Oye, mi hija y su polola”, “mi hijo y su pololo” o “mi hijo y sus POLOLOS”, como ahora son parejas de tres y de cuatro, ¡cosas que no entiendo!, jaja, o “mi hija que ahora es trans”... Y obviamente hay personas que lo han digerido con mucha normalidad — que me parece que está bien—, pero hace 35 o 40 años, no era así.

En algún momento me hice consciente de mi finitud. A los 28 años yo pensaba que viviría 150 años. No pensaba en la muerte. A los 28 yo era una persona muy distinta, jaja, era mucho más frágil, tonto.... Me arrepiento un poco de eso... Siento que podría haber aprovechado mucho mejor mis veintitantos. Creo que debo agradecer ese tránsito difícil entre los veintitantos y ahora, conflictuado o acontecido: hace que hoy día sea quién soy. Pero, puta, volver a tener 27 o 28 y verme cómo me veía en ese momento… si hubiese tenido la seguridad de ahora con 27...
Tenía pololeos laaaargos, y sufríaaaaa, y todo era como terminal. Me pasé muchos años, entre los 23 y los 29, con un hueón, y sufríaaaa, terribleeee. Sufría más de la cuenta, cuando cualquier hueón ahora diría: “¿Sabes qué? Esto no funciona, ¡chao! Hay miles de otros”. Después me puse bueno pa’ explorar, probar y conocer, como inquieto, a los treintitantos... Y hoy día ya me da lo mismo, no tengo ni un pudor de nada... Pero en esa época, que era ciertamente joven, que tenía más energía, y que lo más seguro es que haya sido más atractivo, era muy temeroso, con mucho miedo, a equivocarme y a defraudar al resto. Era muy temeroso. Ese fue el problema.

¿Una cobertura periodística que me marcara? En la del terremoto del 2010 en Talca teníamos que dormir en un auto, seguía temblando y no teníamos pa’ comer porque no había: comíamos unas latas de poroto atroces. Lo primero que hice cuando el comercio reabrió, fueron dos cosas: cortarme el pelo y comprarme poleras porque me había ido sin ropa post Festival de Viña, y no puedo usar una polera muchos días. Esperamos pacientemente... En Bolivia (2015) me pegué unas reporteadas bien locas: Evo Morales me acusó de espía y me mandó a expulsar del país. Y en Venezuela (2019), cuando nos fueron a buscar del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional al hotel, que fue un escenario bien angustiante, porque el SEBIN nos fue a buscar porque habíamos realizado grabaciones en torno a Miraflores, el mismo año que deportaron a un equipo de TVN, y había pasado lo de Juan Guaidó, entonces todo el cuerpo de inteligencia del gobierno estaba hipersensible a la presencia de prensa extranjera,
¿Echo de menos el reporteo en terreno? Depende. Hay algunos temas en los que me gustaría estar, no todos. No soy un periodista de ese mood, el terreno me gusta a veces. Me gusta ir a elecciones y algunas cosas así. Pero hay coberturas para las cuales no tengo talento, y hay que reconocerlo, y prefiero restarme. Uno no es bueno para todo.
“Fue difícil para Mega lidiar conmigo editorialmente”, dije sobre mi primera etapa en el canal. Creo que esa tensión quedó atrás. Ya me conocen ya… ¿Pa’ qué me invitan si saben cómo me pongo?

Creo que cierta validación de la violencia durante el estallido social, a través de “la primera línea”, nos empujó a una discusión. Creo que nos obligó a tener que conversar respecto de algunas fracturas en la sociedad chilena que estaban media escondidas, ocultas, y que el estallido visibilizó. No creo que sea una discusión que esté agotada, creo que hemos llegado a algunos consensos, pero todavía está un poquito abierta. Y no sé dónde va determinar, respecto del rol de Carabineros, de la utilización de la fuerza, a la seguridad y orden público, las demandas y deudas sociales... Creo que eso siempre ha estado allí, pero por mucho tiempo estuvo bajo de la alfombra y el estallido las puso sobre la mesa como “ya, discutan esta cuestión, planteen sus puntos de vista”. Y no sé si hemos sido tan inteligentes para conducir esa discusión, o si ha aparecido gente que tenga la capacidad de liderar ese debate. A veces pareciera una suerte de ruido, estridente, en que nadie se escucha. Pero yo, por el bien del futuro del país, espero que esa conversación sea encausada lo antes posible, porque hay que tenerla.
Siempre me ha gustado la Presidenta Bachelet, me cae bien, creo que durante su primer gobierno se hizo algo muy bueno como la reforma previsional del 2008 y en el segundo gobierno se intentó poner los cimientos de una suerte de transformación de algunas áreas, algunas mejor logradas que otras, pero había una intención... No soy socialista, pero me gusta Bachelet... No sé, la lógica de izquierda-derecha la encuentro tan oxidada. Encuentro que el mundo hoy día está tan complejo que quienes se queden en esa dialéctica (están fuera del debate). O sea (Donald) Trump está desconociendo todos los acuerdos de libre mercado desde la derecha, y China está ofreciendo libre mercado desde la izquierda. ¿De qué me estás hablando? ¿Existe hoy la izquierda y la derecha tal y cómo la conocimos? Es la pregunta que uno tiene que hacerse. Veo a los políticos peleando desde esa trinchera o ring y me parece una estupidez.

Me psicoanalicé durante quince años. Fue por una suerte de incomodidad, más toda la contingencia que pasa en la vida de uno. Estuve con una psicoanalista quince años, al principio muy intenso, y después fue un proceso de descubrimiento. Uno trata de explorarse. Y es bueno, recomiendo cualquier tipo de terapia exploratoria, independiente si uno tiene una vida muy intensa o no. La mejor relación que uno puede tener en la vida es con uno mismo, y esa relación no termina hasta el día que te mueres; cualquier otra, termina. En cambio, uno es lo único que tiene al final del día... Ahora me llevo mejor conmigo mismo.
En una entrevista dije que quizá tenía alguna neurodivergencia (en Más que titulares con Javiera Quiroga), JAJA. Nunca he consultado medicamente, pero a veces pienso: “A lo mejor tengo algún tipo de neurodivergencia”, porque me cuesta estar concentrado mucho rato; me cuesta a veces conectarme con algunas personas, o al menos aparentar que me conecto... ¿Será?... No sé.. Ustedes díganme.

No sé si dejó de importarme lo que piense el resto de mí, porque uno está en una sociedad y trata de mantener un entorno lo más saludable posible en términos de relaciones. Pero en algún momento ya no me era tan determinante; hoy puedo pelearme con alguien y soportarlo. No soy un tipo que pueda estar enojaaaado mucho tiempo ni que me guste tener problemas con la gente; en general, no. Hay gente que puede sobrellevarlo. Yo tengo menos tolerancia. Me gusta arreglarme al tiro. Pero antes era muy invalidante, era muy ansioso, quería arreglarlo todo y te podía llamar treinta veces. Ahora, en cambio, dejo que pase un poquito el calor y corra el agua. Y entiendo, además, otra cosa muy fundamental: yo funciono de una manera y lo más seguro es que tú funcionas de otra completamente opuesta o distinta; pensar que mis ansiedades son las tuyas también, es un error. La otra persona a lo mejor tiene una semana, diez o dos meses para recuperarse; y también hay que respetar la independencia que tiene el otro para tomar sus decisiones y hacer sus procesos. Intervenir una relación, así como manipularla, dejé de hacerlo hace mucho tiempo.
Sigo siendo muy autocrítico si no me gusta una entrevista o pregunta que hice... Ahora, lo veo en su justa dimensión. Antes, por ejemplo, en un capítulo que nos fuera más o menos mal me podía quedar pegado mucho rato, y mortificarme: “¿Por qué” y “qué hicimos mal”, y me hacía miles de preguntas. Hoy día, bueno, no es grato que te vaya mal, hay un capítulo que puede ser malo, una semana incluso; pero eso no determina tu carrera, tu futuro ni quiere decir que todo se fue al carajo. Hoy soy menos “apocalíptico” para mirar la realidad. Lo veo todo más como en su justa medida: “Ya, OK, me fue mal, a lo mejor no resultó, pero tampoco cometí un delito”. Doy vuelta a la página un poco más rápido.
A partir del episodio con la exalcaldesa Irací Hassler en el 2021 (cuando le dijo “mamita” y ella le contestó que “no soy tu hija, no soy tu mamita (...) Me puedes llamar por mi nombre o alcaldesa de Santiago”) soy mucho más cuidadoso y detallista. Fue una buena lección. Hoy escojo bien de qué me voy a reír, qué voy a caricaturizar y de qué voy a hablar en serio. Me ayudó mucho ese episodio a crecer, no sé si desde humildad, creo que desde agudeza, como: “Oye, esto le puede ofender o le puede molestar”, “esto no es para hacer bromas, no corresponde” o “aquí sí hay un espacio donde nos podemos reír”. No ser tan impulsivo.

No me gustan los protocolos ni la sonrisitas. No soy cara de bambi. No me pidas ser excesivamente amable o excesivamente feliz... No soy “La Pequeña Lulú”, ni “Frutillita” ni nada.. No, yo soy más ácido, soy más denso; ese es mi estilo, mi plan y mi firma. No puedo transformarme en algo que no soy. Se me nota todo: se me nota cuando estoy contento, cuando estoy triste, cuando estoy tranquilo y cuando estoy enamorado y todo eso se me nota. Tengo densidad, pero también tengo humor, no todo es la Teoría de la Relatividad po’. Un humor bien negro diría yo, un poquito ácido.
La Karen (Doggenweiler) tiene todo ese ese ese lado más luminoso que yo no tengo; la he tratado de seguir y he tratado de aprender de ella, porque hasta en los momentos más difíciles saca eso; creo que es algo muy propio de su personalidad, y me encanta... Pero (lo mío) es parte del complemento también.
Que no me encontraba inteligente, pero que “sé hartas cosas” dije a Pamela Díaz en el Sin editar... Yo creo que es al revés: creo que soy inteligente y sé pocas cosas, JAJAJA. No sé, me lo estoy replanteando... Creo que hay una diferencia sustantiva entre las herramientas intelectuales que uno puede tener y el volumen de información que pueda manejar. Una persona inteligente no es la que sabe más cosas, sino qué hace con los elementos que tiene, que a lo mejor son pocos, pero sabes moverte muy inteligentemente. Y además: ¿qué tipo de inteligencia? Hay gente que es más inteligente emocional, social y otros académicamente... Tampoco quiero entrar en esa suerte de termómetro.... Creo que soy inteligente a veces y a veces soy un perfecto idiota. Y creo que le pasa a todo el mundo también. No ando de inteligente por la vida, en general, y no tengo ni un problema en decir al aire: “Puta, ¡qué estupidez acabo de decir!” o o “¡Cómo no me sabía este dato!“. No tengo ni un problema en iluminar mis defectos, por muy vergonzosos que sean. Y creo que eso es tremendamente liberador. No tengo ni un problema en decir un programa de televisión que “no me lo sé; mire, le estoy preguntando algo, no me sé el dato”. Así el interlocutor no te puede atacar: “Oye, te falta profesionalismo”, y respondes: “Bueno, sí, hoy me desperté tarde” o “no leí anoche, estaba cansado, me dormí temprano”... No me considero excesivamente estudioso: no vivo para trabajar, trabajo para vivir.

Cuando algo me molesta y hago un descargo en pantalla, hay un motor visceral. Me pongo en el lugar de personas que están evacuando por una rejilla (a propósito de la falla la la Línea 5 del Metro del 16 de abril), que me parece indigno y peligroso además; pero a eso le tienes que poner cierta evaluación más fría, porque si no es pura emoción, ¿entonces qué? ¿Me voy a poner a llorar? Tienes que saber de dónde viene esa emoción y construir por sobre esa emoción, ponerle un discurso narrativo que sea más fáctico, porque si no es un show de emociones nomás. En la indignación de que la gente quede tirada en la Línea 5, viene la segunda mitad que es decir: “No es prudente, justo ni deseable que la Red de Metro pare en la hora punta y deje fuera operaciones doce estaciones”. ¡No es normal! Eso no puede ocurrir, o debe ocurrir las menos veces posibles. Es un constructo mental bien lógico.
Creo que en Chile la honestidad es un privilegio, y creo, además, que quienes tienen ese privilegio lo deben usar. Hay mucha gente que tiene ese privilegio y no lo usa por CAGONA, por miedosa, por COBARDE. Y me da mucha rabia porque hay mucha gente que quiere ser honesta y no puede, porque depende económicamente, psicológicamente y/o emocionalmente de alguien. ¿Cuántos ciudadanos hoy quieren pararse frente a la sociedad y decirles “esto es lo que yo pienso”, y no lo pueden hacer porque REALMENTE no pueden, porque si lo hacen quedan sin trabajo, porque si lo hacen pierden a su pareja, pierden a sus hijos, a su familia? Pero hay personas hoy que tienen ese privilegio, que no perderían nada, y que son unos cobardes, y que no se atreven a hacer uso de ese privilegio que es tan importante para ayudar a tanta gente, porque creo que la honestidad libera.

Es difícil el tema del sensacionalismo, porque la televisión maneja emociones, entonces alguien te va a decir “no, nosotros no somos para nada sensacionalistas”, ¿pero entonces para qué usas ese color que usas? ¿O crees que los colores de la escenografía son antojadizos? ¿O el vestuario? ¿O la música? El mensaje audiovisual estimula las emociones aunque no quieras, aunque digas: “Seré lo más pulcro que hay y me voy a sentar como Cristián Warnken en La belleza de pensar, en un lugar oscuro, con una camisa blanca y una mesa”; ya eso te da una atmósfera emocional. Siempre, aunque uno no quiera, apela a una emoción para generar la concentración... Ahora, que hay algunos que la exacerban, o que tocan ciertas teclas de algunas emociones más pedestres, más primarias para poder conseguir cierta atención, bueno, sí; ese un sensacionalismo obviamente negativo, grosero, ordinario, vulgar, que yo no estoy de acuerdo... Pero siempre está el riesgo en los contenidos audiovisuales de apretar a veces una tecla más allá. Se te puede ir sin querer. Tienes que estar súper atento.
Quedé más entusiasmado con el Festival de Viña tras esta edición 2025, seee. Siempre me ha gustado Viña, lo que nunca me hice es la pregunta respecto a si lo iba a animar, nunca me impuse ese desafío porque la verdad es que no me interesaba; no me interesa particularmente. Pero como espectáculo siempre encuentro que es uno de los elementos centrales de la cultura popular chilena. Me encanta.
¿Como me llevo la Natasha Kennard?... La molestaba con Karim Butte (en pantalla, ligándolos a modo de broma como potencial pareja)... Bueno, uno trata, de alguna manera, de bandejear y convertir a sus compañeros en verdaderos personajes de un show. Esto es un show. Y era un juego divertido, una cosa en función del espectáculo... Nos llevamos bien, bien.

Le aconsejaría más humor al periodismo chileno, que es algo que destaco de Julio César (Rodríguez). Eso, en parte, nos acercó. ¿Somos amigos? Nos estamos conociendo en este podcast, Por qué tenía que decirlo, pero siempre lo he admirado mucho. Y tenemos una relación bastante honesta también. Me gusta. Somos dos personajes bien protagónicos, pero me interesa escucharlo. Y creo que a él también le interesa escucharme. En ese sentido se genera una conversación bien respetuosa. Creo que hay una admiración mutua. Cuando algo me molesta me cuesta tirar la talla, él maneja mejor la ironía. He descubierto que el sentido del humor te puede sacar de algún lugar muy conflictivo; y también la mirada del humor a la realidad es una mirada inteligente. Creo que hay que usarlo más.
En mi casi salida a CHV (que finalmente no se concretó por una cláusula en el contrato con Mega), me sentí reafirmado, obviamente: si te vas, y la gente no quiere que te vayas, y se produce un giro, donde siento que salí más o menos reconfirmado en el lugar donde estaba, no solamente por la decisión que tomó la nueva administración del canal (de seguir en el Mucho gusto), sino también por el público, que dice abiertamente “no queremos que se vaya”, eso te entrega seguridad, alegría y uno siente gratificación, sin duda; decir que no, me parecería una mentira, porque es algo tan evidente... No fue un tránsito agradable, ni para mí ni menos para mis compañeros... Pero bueno, no siempre la vida es agradable y hay que tratar, dentro de lo posible, de administrar lo desagradable lo menos desagradable posible... ¿El balance es positivo? No, lo que pasó no fue positivo, pero creo que la logré surfear.

Hay días que me encanta lo que hago y otros que me carga... ¿Cómo estoy hoy?... Ay, qué difícil pregunta... Paso por momentos. Esta semana, difícil, ha estado muy acontecido, a veces me canso, a veces no logró entender bien al país, no lo logro leer. Y creo que a todo el mundo le pasa. A lo mejor no debería hacerme esas preguntas tan “sociológicas”, porque no las voy a poder contestar evidentemente, pero me cuesta. Cuando no sé bien leer a la audiencia, me empiezo a frustrar, a enrabiar conmigo, y empiezo a sentir que quizás estoy caminando por una senda más o menos equivocada. Creo que nunca uno puede dejar de leer a la audiencia, desde donde pueda, desde lo fáctico, los estudios, las sensaciones personales y desde lo que pasa en las noticias. La audiencia pasa por muchos estados de ánimo —y sensaciones también— durante el año, la semana e incluso el propio día. Cuando te desconectas de eso, puedes tener serios problemas en tu entrega.
Me cuesta mantenerme conectado permanentemente. A veces me siento muy conectado y a veces más desconectado. Ahí me empiezo a cansar y a frustrar... Pero al final es un círculo que sé que pasará; en el fondo te desconectas, pero después, en algún momento, enchufas. Y le pasan a los programas también, a los medios, a los periodistas y a los comunicadores. De repente un tema que uno puso sobre la mesa, al que no le tenía ni una fe, ¡pum!, prende y le hace sentido a un grupo de personas; y al canal de al lado, que le estaba yendo super bien, ¡pum!, cae. Es un intangible que no es muy fácil de manejar. Me refiero al rating y a los comentarios, en el sentido a que tu opinión le haga sentido a muchas personas, que digan, “yo pienso como él” o “el punto de vista de donde lo está mirando está absolutamente equivocado”.
Tengo que estar muy alerta porque, al final del día, lo que yo pienso en términos personales, no me es TAN importante: lo importante es que yo sea capaz de interpretar a la gran mayoría que consume un producto mediático, porque no estamos en el living de mi casa, ni estamos hablando tomándonos un copete, entonces tengo que estar atento a lo que la la opinión pública está diciendo. No quiere decir que voy a entregar mis valores personales, pero tengo que estar atento para entender por qué la gente, en su mayoría o algunos, piensan de determinada manera, y desde dónde están mirando un fenómeno determinado. Y eso puede que determine, o no, mi opinión personal; pero mi opinión personal no es tan importante... Uno es un canal simplemente. Hay un grado de empatía y también de conexión comercial: si conectas más con la gente, imagino que te verán más; no siempre es así, pero puede ser. Es un elemento que no deja de ser sensato.

Siento que la audiencia está extraña, sobre todo en estos medios de masas; en los medios de nicho ya uno la conoce mejor. Hago con Julio el Por qué tenía que decirlo y sé más o menos para dónde va el público que ve ese tipo de contenido. Pero las audiencias grandes son bastante camaleónicas, pueden cambiar y se pueden transformar una y mil veces.
La gente en la calle conmigo es muy cariñosa, me piden fotos y me mira mucho, y me saludan, y buena onda, de todas las edades. Es transversal.
Ay, no sé si me veo tres años más en el matinal... Ahora estoy haciendo algo más de nicho con Julio... Bueno, tengo contrato con el canal cuatro años, así que me queda un buen rato acá. Tampoco voy a empezar a pensar ahora lo que haré en cuatro años. No tiene sentido. Pero tengo que darle una vuelta. Como tengo contrato hasta el 2029, no es mucho lo que pueda hacer. Por ahora, trataré de dar lo máximo acá, que es lo que me invita a hacer la realidad. Y después veremos.

A veces he tenido la fantasía de poner un negocio, dedicarme a la joyería, que me gusta mucho, con una amiga.... Pero, bueno, esperemos, tengo un contrato largo, bueno y que me demanda harta dedicación, y creo que lo más responsable es concentrarme en eso, y ya en dos o tres años más veré qué hacer.
Me habría gustado ser actor porno. Soy super desinhibido... Ahora, creo que tengo también una visión media ideal del mercado del porno, que yo creo que es un poquito más duro de lo que uno se imagina, porque no sé si pagan tan bien, no sé si es todo tan ideal, sexual y sexy, porque son jornadas larguísimas, los actores porno a veces son adictos a una serie de sustancias, jajaja, o sea, tampoco tienen una vida (ideal)... Yo lo digo desde la estupidez y la fantasía. Claro, hoy uno con un teléfono también puede ser actor porno, con estas páginas de Arsmate u Onlyfans no es necesario salir de tu casa para generar contenido... ¡A esta edad no me metería (a esas plataformas)! No, qué patético, ya pasó la vieja.
Con la Pamela Díaz grabamos un piloto, hace como un año, un poquito menos, con Mega. Era como un programa de conversación. Fue un experimento que no prosperó.

He estado de co-conductor en Only fama (Mega). ¿Me gustaría meterme más en farándula? Ya estoy un poquito en farándula, siento que puedo ir y volver, como que no tengo atado; me gusta y lo paso bien, no es a lo que me gustaría dedicarme exclusivamente, pero no le hago asco. Me entretengo, me río y creo que la mayoría de los temas de farándula son para reírse. Es muy gracioso ver a gente medianamente inteligente hablando de temas banales, encuentro que es una conversación muy “seductora”. Me encanta ver a la Pamela Jiles, a Julio (César Rodríguez) o a Vasco (Moulian), a la Fran (García-Huidobro) o a la Paula Escobar, gente que uno considera inteligente y que hablan de temas banales con cierta gracia. Lo encuentro sexy.
En el Que te lo digo (Zona Latina) me han calificado como “el cuarto panelista” del programa, que lo encuentro muy bueno. Me caen muy bien ellos. Siempre me retan (en el canal) porque doy muchas declaraciones, porque hablo demasiado, porque, en el fondo, uno debería ser más misterioso, más reservado... Sí, puede ser cierto. Pero yo soy muy frontal y me gusta siempre ser mi vocero, no quiero que me interpreten ni hablen por mí, ni digan lo que pienso como si hubieran conversado conmigo. Eso me lleva necesariamente a hacer siempre cargo... o trato. Si alguien está diciendo algo de mí, soy capaz de pescar el teléfono y decir: “Mira, no es así, no fue así...”. Y así evito cualquier tipo de malinterpretación. Me gusta ser siempre quien impone el relato al respecto de mí. No se lo permito a otro. Y eso a veces hace que uno tenga que estar contestando miles de preguntas po’.
A Sergio Rojas le aconsejé que tenía que elegir sus batallas. Fue también un consejo a mí mismo, que me dijo alguien en algún momento —que no recuerdo quién, jaja—, y creo que para personalidades tan frontales, tan teatrales y tan espectaculares desde el lugar del espectáculo, como la mía o la de Sergio, es bueno hacer esa selección, porque sino te desgastas y desgastas a los demás. ¡Nadie está todo el rato peleando con todo el mundo y opinando de todo! No, uno tiene que decidir: “Yo con esta persona voy a tener un debate y me voy a ir a un cruce, a este sí le voy a contestar”, “este no me interesa”, “de este tema francamente no tengo opinión” o “de esto me voy a reír”. Uno tiene que ser un poquito más agudo en esa selección.

El amor... Tener una pareja no es fácil, es una renuncia bien grande... Me parece que es parte importante de la vida, pero no es toda la vida; creo que uno no se realiza pareja: primero se realiza uno y puede que alguien te acompañe en ese proceso, que es muy distinto a lo que creía cuando era más pequeño, de chico. Y creo que una relación debe ser un espacio de paz y, cuando no hay paz, no tiene mucho sentido estar ahí. Es lo que yo he aprendido. Me pasé mucho tiempo en mi vida en relaciones que no eran necesariamente pacíficas, y que sé que debería haber abandonado mucho antes. Y también he aprendido que la pareja no es una posesión. No, la posesión deriva en una relación demasiado tóxica y comercial como de “te tengo acá”. Y he aprendido con los años a flexibilizar mi mirada de la pareja, un poco más libre. Me ha costado, obviamente. Pero creo que lo he conseguido. Pero hoy podría estar solo también... Ahora también creo que uno nunca terminará de resolver el misterio del amor. Por algo es un misterio.
En una relación de pareja uno tiene que estar más dispuesto a callar que a decir las cosas. Aprendí eso. Soy un tipo frontal, pero la pareja es otra dimensión. Hay cosas que uno tiene que guardarse, ¿pa’ qué? Si vas a disparar algo, que sea con un sentido. Hace mucho tiempo que dejé de herir a la gente en las discusiones personales: ¿Para qué te voy a decir “¡puta, huevón, eres lo peor y cómo es posible que me hayas hecho esto y ojalá te pudras en el infierno!”. ¿Qué saco con visibilizar eso? En cambio, si te digo “te ayudé todo este tiempo, me traicionaste y a mí eso me duele”, puede ser súper lapidario, pero es real, no te estoy hiriendo de manera antojadiza. Creo que hay que aprender a pelear y decir las cosas. Hoy no empezaré a insultar. Si me enojé porque me traicionaron, hirieron o dañaron de alguna manera, lo diré así: “Me dañaste, eres una mala persona, me hiciste un daño gratuito”. Lo demás, “feo”, “pesado”, “púdrete”, “te vas a quedar solo” y todas esas estupideces que no tienen un ni una lógica, me parece adolescente; lo que buscan es como cuando uno pelea con un compañero de colegio: un bullying que no tiene sentido sentido. Prefiero una discusión un poquito más adulta, y que es lo que me queda bien porque tengo 44 años.

Sé amar. Llevo más o menos seis años en pareja. Hace poco dije que mi presente emocional era “complicado” (Sin Editar). Siempre es complicado. Es que el amor es complicado. A mí la gente que está siempre feliz, que todo le funciona, que encuentra todo maravilloso, que encontró el amor de su vida y que se fundió una naranja con otra, me parece que viven desde una superficialidad insolente. Las relaciones de pareja, además que movilizan los sentimientos más primarios que uno tiene, deben ser de los estados donde uno está más frágil. Uno ante una pareja con la que tiene intimidad, está súper fragilizado po’: te conoce tu forma de ser, tus gustos, tus miedos, tu cuerpo, tu olor y todo. Obviamente que estás en una posición súper vulnerable, y es incómodo, aunque tu pareja sea bacán. Siempre estar desarmado frente a otro es un estado de peligro, creo yo. No me puedes decir a mí que estar en pareja es súper agradable; uno nunca termina de conocer a la gente. O un día te pueden decir: “Compadre, te dejé de querer, se me pasó el amor”... ¿Y qué vas a hacer? ¿Amarrarlo a la pata de la cama?
¿Me ha dado seguridad mi implante capilar? Mmm, no mucha, porque uno se pone el pelo, se cae y después vuelve a salir, entonces estoy en la época del desierto (en la coronilla) un poquito… ¿Y qué más me he hecho? Una vez me limé la nariz. Y me saqué una piel que estaba un poco flácida (en la zona del torso), que tengo una cicatriz... Pero bueno, soy súper pro-cirugía. Cualquier hueá que sienta que necesite, me la haría, si es que puedo. No tengo nada en contra.

No me he abuenado con la idea de la muerte. La verdad no le encuentro mucho sentido a la muerte. No sé si le voy a encontrar sentido. No sé si alguien alguna vez le encuentra sentido a desaparecer. Si alguien muere, y con todo lo que significa, desaparece, lo que la persona sintió, lo que hablaba, lo que decía, pensaba y no pensaba, ya no existe en términos físicos. Me parece una locura con la cual hay que convivir. No tenemos de otra. No me asusta la muerte. Me da pena. Una vez un entrevistado me dijo: “Yo creo que nosotros somos un evento biológico”. Un evento, un microevento además porque si el mundo tiene 4.600 millones de años, y nosotros vivimos 70, 80 o 90, somos la célula, de la célula, de la célula. Y después vamos a volver a la nada, probablemente. Estar muerto debe ser lo mismo que no estar vivo, ¿qué quiero decir? ¿Cómo se siente la muerte? Como se sentía la vida antes de nacer. Vamos hacia el mismo lugar de donde venimos. Creo que lo tengo más o menos claro.
La idea de envejecer me gusta. Me gusta esa cosa de ser como “un viejo cachondo”, como “oh, el hueón igual rico, me lo comería a los 50”: un viejo choro. Trato, hago el esfuerzo de irme por ese lado: “Ya, igual es comible”. Además encuentro que algunos hombres a los 45, 50 y 55 se ven estupendos. Igual es sexy un hombre que se ve bien, que es inteligente, que ha vivido y que te puede enseñar quizás cuántas cosas. Y lo que venga después, puede ser que me aprobleme un poquito, por la autovalencia básicamente. Siempre hay un temor a no ser autovalente y depender de otros, sobre todo cuando no tienes hijos ni descendencia... Pero tengo tanta hueá en la cabeza de aquí al fin de semana que no quiero entrar ahí.
Sigue sin interesarme tener hijos.

Me compré un departamento hace poco. ¿Me veo siempre en Chile? Uno nunca sabe. No tendría problema en irme, si es que hubiese alguna alternativa o posibilidad. Tengo mis casas, mi gente y todo acá, pero no soy excesivamente bueno para echar raíces, así como para decir que “no me movería de Chile”. Sí, ¿por qué no? Si me he quedado acá es por mi trabajo y las oportunidades han aparecido acá, pero no tengo ni un preconcepto respecto de trabajar o de descubrir otro mercado, hasta lo encuentro culturalmente interesante.
Con la plata tengo una relación muy dopamínica. Me gusta generar placer a través del dinero, lo cual está pésimo; siento que te llena muchos vacíos, que de repente te da energía en días tristes; y no estoy diciendo que esté bien —estoy siendo honesto—, y te da una sensación de placer que tampoco me gusta mucho, porque te hace dependiente de un factor variable. Pero sé que tengo un tema pendiente ahí, tengo que resolver ese vínculo. Me gusta el hecho de ganar plata o gastarla. Ambas. Tengo que dosificar, darle una vuelta. Tengo una relación con la plata un poquito tóxica. No soy apretado, manito de guagua; lo que pasa es que soy generoso con ciertas personas, que son las que me interesan. Con el resto, no, JAJAJAJA.

Cuestionario Pop
Si no hubiera sido periodista, me habría gustado ser actor. Alguna vez pensé en estudiar Ciencias políticas, después de recibirme de periodista, y finalmente encontré un trabajo y pospuse ese proyecto y nunca lo retomé.
En mi época universitaria en la U. Católica era estudioso, me iba bien, pero porque estudiaba; tenía compañeros que les iba bien y estudiaban poco. Me iba bien, pero era el resultado de mi trabajo.
¿Un apodo? No tengo ni uno: “Neme”.
Un sueño pendiente quizá sería pegarme una temporada fuera de Chile, como para ver las cosas desde otro lugar.
¿Una cábala? Latife Soto. Es mi cábala.
¿Una frase favorita? Una que tenemos con la Fran García-Huidobro, que se la copiamos a la Moria Casán: “¡Quiénes son!”.
¿Un trabajo que haya tenido y no se conozca?... ¡Ah! JAJAJA... Fui corpóreo. Cuando estaba en el colegio, tenía una prima que trabajaba en los álbumes Salo, entonces me pidió que fuera a repartir láminas a los colegios, con un corpóreo que se llama “El inspector Salo”, una hueá horrible, terrible, con unos bigotes.
Mi primer sueldo, que eran $278 mil en TVN, no alcanzaba para mucho, que hoy serían unas 500 lucas, no recuerdo en qué lo gasté.

¿Algo de lo que me arrepiento? Le compré una moto a un pololo, pero no me arrepiento porque después la doné... no se la merecía el conchesumadre... En general soy de poco arrepentirme... Quizá de no haber sido más arriesgado profesionalmente, tomar decisiones más radicales, como “¿por qué no me cambié de programa? ¿Por qué no me cambié de canal si da lo mismo? Hay que tomar riesgos”. Eso a veces me pasa la cuenta.
Una cantante favorita es Thalía.
Un periodista chileno que admiro es Julio César Rodríguez.
Amigas de la tele son la Kathy Salosny y la Karen Doggenweiler. Con la Paty Maldonado tengo buena onda, pero no nos vemos hace (mucho). ¿Con la Diana Bolocco? Buena onda... ¿Con Raquel Argandoña? ¡Buena onda! Me cae bien... ¿Con la Sole Onetto? Muy buena onda... ¿Con la Andrea Arístegui? Conocida, fuimos amigos en algún momento.
¿Un talento oculto? Tengo pocos talentos... Soy medio memorión, leo muchas biografías y me acuerdo de detalles y me sé muchas hueás raras, como que sé mucho de modelos de aviones, de accidentes de aviones y de líneas aéreas... Sé mucho de teleseries, ¡mucho! Ni siquiera las veía, pero leo de los actores y de sus personajes, de México, Venezuela, Chile y Argentina. Mi talento oculto es que soy un poquito una enciclopedia de la cultura media pop o kitsch, y que ni siquiera sé cómo lo conseguí.

Una película que me hace llorar es La lista de Schindler.
Un miedo es a la enfermedad.
Creo en el horóscopo. Soy Piscis. Soy de ascendente en Tauro, buen signo, me gusta. De hecho toda esa parte mía más power es Tauro.
Si pudiera tener un superpoder me gustaría volar. De repente tengo esa fantasía de: “Qué lindo sería poder despegar y volar, ir a otro país y sentir el viento”.
¿Un placer culpable? El consumo, ¿qué consumo? Puta, todo: ropa, zapatillas, anteojos, accesorios, muebles, arte, alfombras, todas las cosas lindas y chucherías.
Si pudiera invitar a tres famosos de la Historia a un asado, elegiría a la Princesa Diana, para sacarle información; a Madonna obviamente también, la hueona llegaría con copete; y a Ricky Martin.
José Antonio Neme todavía no sabe quién es. Está en proceso. No sé si algún día lo sepa.