Mientras se alista para interpretar otra vez a Gabriela Mistral —a quien califica de “inabordable”—, la actriz repasa su propia vida y presente, alegrías y dolores, éxitos y frustraciones, y hace poco comprometida con su galán europeo: “Me pidió matrimonio”, revela.
Solange Lackington Gangas (62) vive a sólo un kilómetro de la casa donde creció, en Ñuñoa. Disfruta de sentarse en la terraza de su patio, donde siente el olor de las lavandas que la transportan a sus vacaciones de niña en Tomé, Región del Biobío. Le gusta escuchar a los pajaritos que residen en la ciudad —quizá algún zorzal, chincol o chercán— cuando vuelve del trabajo a eso de las 6 PM, por estos días en las grabaciones del remake de Amores de mercado (Mega). Ese tipo de detalles la hacen pensar: “¡Wow, soy feliz!“.
—Me da pudor hablar exclusivamente de mí, porque no me gusta ser tan autorreferente —admite la actriz a La Cuarta, mientras su joven cachorro se alborota de alegría al verla llegar—. Es la verdad.
En tanto, mientras su pareja, el holandés Marcus Jacques, lava el auto afuera del domicilio, ella continúa hablando:
—... Pero entendí que a la gente le interesa la singularidad. Uno al hablar en general se distancia. Se hace más atractivo cuando uno efectivamente singulariza y particulariza de acuerdo a la experiencia de uno. Y ahí empecé a encontrarle ese valor agregado propio que tiene cada persona; y a la hora de hacer entrevistas, obviamente.
A 80 años del Nobel de Gabriela Mistral, la actriz se alista para nuevas funciones de las dos obras en que ha encarnado a la mayor poeta chilena, una de ellas De cómo me convertí en Mistral, estrenada en el 2023 y que tendrá una función el 7 de abril en el Teatro Nescafé (entradas disponibles en Ticketmaster). “Es inabordable”, destaca sobre Mistral. “No termino nunca de conocer su pensamiento y su quehacer”.
Pero además, en conversación con La Firme, Solange repasa buena parte de su historia, obra y presente, desde su idílica infancia ñuñoína; el remezón familiar post golpe militar; su carrera actoral en TV, marcada por el intenso amor que surgió con el padre de sus cinco hijos, la prioridad de su la maternidad y personajes inolvidables como la “Martuca” de Brujas (Canal 13) en el 2005; su separación tras 23 años, lo que marcó un “antes y después” en ella como mujer; su breve primer matrimonio; la cirugía estética que casi le costó la vida, el juicio que perdió y quién fue el reconocido médico que la operó; su presente actoral y la película biográfica en que trabaja; la reciente petición de casorio que le hizo Marc; el duelo tras la muerte de su padre; entre otros hitos y aristas de su vida.
Ya de noche, con el murmullo automático de los regadores del jardín, la conversación termina.
LA FIRME CON SOLANGE LACKINGTON
Me voy poniendo cada vez más nostálgica. Soy nostálgica, pero no de decir “antes era mejor”, sino de gratitud por lo que viví. Cada persona vive en la época que le corresponde y recordará con los años su infancia o juventud de acuerdo a sus propias vivencias. Hay gente que en mi época pudo haberlo pasado muy mal; otra, más o menos bien; y otras, muy bien. Lo pasé súper bien en mi infancia. Tengo bonitos recuerdos.
De mi infancia en un pasaje en la calle Carlos Montt, Ñuñoa, siempre se me viene una imagen: verano, jugando en la calle, en el pavimento, con amigos del barrio y mi hermano, a la pelota y a tirar bombitas de agua. ¡Prácticamente no había autos! De repente, nos sentíamos todos cansados y nos mojábamos tanto que nos daba frío y nos tirábamos de espalda al pavimento caliente. Nos quedábamos HARTO RATO así, como en la arena cuando uno es niño. Y después, de guata. Es un recuerdo súper bonito; habla de esos tiempos en que no había tanta locomoción ni gente, menos invasión, con menos edificios. Jugábamos con una libertad y tranquilidad increíbles. Uno dejaba las bicicletas ahí en la calle y no pasaba nada.
Mis papás no tenían auto y nuestra vida era súper sencilla y austera. Eso me forja en el sentido de que valoro mucho más otras cosas que la ostentación material: valoro muchísimo los rituales, por ejemplo, como los almuerzos familiares, los desayunos conversados hasta tarde en la mesa de la cocina durante las vacaciones, en que se junta el desayuno con el almuerzo; esas sobremesas en que nadie se para, conversando, y me tengo que parar porque: “¡Tengo que empezar a cocinar ya! Porque nadie se mueve!”. Los cumpleaños, las navidades y todos estos ritos familiares que nos juntan tienen mucho más valor que estar pendiente de cambiar de auto, respetando que quizá hay personas que sí sienten que ahí hay un una comodidad, una suerte de sentir que la vida pareciera ser más grata desde ese (otro) lugar. Para mí son otras cosas.
Unos primos de Tomé fueron detenidos y torturados en Isla Quiriquina, incluso los fui a ver a la cárcel con sólo 11 años (según contó en De tú a tú). Se rompió mi mundo de la niñez. Si me voy atrás y pienso en mi en mi infancia, lo primero que se me viene es mi casa en Carlos Montt, y Tomé, las vacaciones de toda la vida, que fue un lugar, —¡uff!— maravilloso, con parte importante de mi familia... Y después, producto del golpe militar, se quiebra un poco todo. No volvimos a ser los que éramos, a pesar de que nos seguimos juntando y yendo a vacacionar allá. Pero ya había una herida y un miedo muy grande instalado, en mis primos tal vez, y en nosotros que éramos más chicos, en mis papás y tíos. Podía percibir, de alguna manera, una cuota de preocupación y dolor que antes no existía. O tal vez antes existía, pero como yo era una niña, no me detenía a pensarlo. Le debe pasar a todas las personas: cuando te ves enfrentado a una experiencia “traumática” (desde la muerte de una persona que quieres mucho, la pérdida de un trabajo o de vivienda, una violación de tu vida o de intimidad, o montones de circunstancias) tiene un giro inevitablemente tu vida. Algunas personas aparentan que “aquí no ha pasado nada y a seguir”, otros somos más sensibles y nos detenemos. En mi familia hubo un cambio drástico, como en muchísimos hogares y familias en este país… Es curioso porque siento que algo en mí intentó mantener lo bonito. Por ejemplo, ciertos olores como el de la lavanda me evocan la sensación de vacación, de ese bienestar... Por eso tal vez me gusta tanto tener lavandas...
Fue muy notorio el cambio de la niñez a la adolescencia. Donde mejor lo pasé fue en toda la enseñanza básica en el Colegio Sirio, porque era mixto, vivíamos en un contexto social y cultural bastante heterogéneo y había menos necesidad de impresionar con lo que uno tiene y posee; no existían tanto las competencias de “yo tengo esto y tú no”. Cruzaba la calle y estaba en el colegio; era una “continuidad” de mi casa. Fue una infancia bastante libre, con súper buenos profesores y harta actividades extraprogramáticas en que participaban las familias completas. Era muy agradable. Después en la enseñanza media, en el Liceo 1 y 7, era distinto porque ya los papás no estaban tan presentes como en la básica. Ya tomar micro fue un cambio radical. Liceos de niñas, uno en pleno Centro, y era de muy buen nivel académico súper exigente; pero me quedaba súper retirado. Y después me cambiaron al de Providencia, totalmente distinto, más laxo. Fue interesante adaptarse a puntos de vista y directrices distintas, porque, de alguna manera, te hacen entender que la vida será siempre así: un constante adaptarse. Fue enfrentarse a un mundo más adulto.
En el colegio era tímida. Es curioso porque —en general— siento que soy bastante más hacia dentro, más observadora. Pero también tengo una personalidad bien lúdica, harto sentido del humor y extrovertida cuando hay que serlo. Me gusta generar espacios de confianza y contener a la gente. Lo he aprendido no sólo en la crianza, sino también cuando he hecho clase, o con mi mismo trabajo, a darme cuenta que hay veces en que mi expertiz, madurez o experiencia sirve de referente a otros. Ahí de manera espontánea e innata tomo una actitud más de contención. Y en otros ambientes me permito ser más libre y “chacotera”.
Hice cara y sello con una moneda para decidir: Teatro o Educación diferencial. Habría sido una excelente educadora diferencial. Sin duda. Siento que yo en lo que hubiera hecho en la vida habría sido eficiente, lo habría hecho bien, porque me gusta disfrutar lo que hago. Cuando uno disfruta lo que uno hace, es bien difícil no hacerlo bien, no ser responsable ni disciplinado. Es extraño no ser eso si no te gusta lo que haces.
Cuando entré a Teatro empecé a trabajar el segundo año como extra en telenovelas; y el tercer año ya tomé un personaje importante. Me gané la beca de honor en la Universidad Católica, lo que significaba que estudiaba un año gratis; fui la mejor alumna de ese año de mi generación. Me apliqué de una, sin tener mucha conciencia de que era buena en lo que estaba haciendo. Me sirvió no tener conciencia de eso, para no perder la perspectiva, que no se me fueran los humos ni cabras pal monte. Siempre he tenido un cable a tierra bien fuerte, que es mi ser mujer antes de ser actriz. Mi ser mujer significa ser mamá, hija, hermana, vecina y ciudadana, común y corriente. No siento que tengo beneficios ni que merezco tener un trato distinto por ser quién soy. Para nada.
Me fui a vivir con el padre de mis hijos, Fernando Castillo, a los cuatro meses de estar juntos. Ya había egresado de la universidad y llevaba varios años trabajando, pero igual era súper chica, tenía 23. Teníamos deseo de vivir juntos y formar un vínculo, una familia. Yo ya era independiente, pero igual fue fuerte, porque vengo de una familia súper conservadora. Fue todo un tema que me fuera a vivir con alguien sin casarme, y seguramente era comentario en ambos lados de la familia. Por el lado de mi papá, que es el menor de muchos hermanos y somos muy numerosos, creo que fui la primera prima o sobrina de la familia que se fue a vivir con alguien sin casarse. No se estilaba: primero se ponía la ilusión, luego el compromiso, el matrimonio civil y la iglesia. Había unos pasos que se respetaban. Fui súper “transgresora” de eso. No sentí que lo estaba haciendo por llevar la contra ni por rebeldía. No. Era un impulso que quería experimentar. Y lo hice nomás.
Vivimos en un auto cuando ya tenía a mis hijos mayores, Cristóbal y Cristián, chiquitos, dos guaguas pequeñas. No podía trabajar en televisión y estábamos sólo haciendo teatro, y era muy poco lo que ganábamos. Arrendábamos una casa muy bonita que nos la pidieron porque la vendieron. Churra, y tuvimos que buscar dónde vivir. Repartimos nuestras cosas por distintos lugares y nos prestaron una camioneta y ahí andábamos, todo el día, medio gitanos. Llegábamos de repente a ducharnos a la casa de mi papá o de un amigo, y todo el día a buscar dónde vivir y dormir en la camioneta. Era una “aventura”. Sentía que en algún minuto lo contaríamos a los niños como una gran experiencia. También nos sirvió como pareja para afianzar mucho más el vínculo y decir: “Queremos seguir en esto, vamos a aperrar, es importante para nosotros”. Y un poco hippie, medio naif, de no querer aceptar mucho apoyo o ayuda, tipo: “Pero vénganse para acá” y nosotros “no queremos molestar a nadie, lo vamos a hacer nosotros”, sabiendo que ante cualquier eventualidad teníamos dónde recurrir. Pero nosotros queríamos vivir esa independencia y autonomía de: “Estamos formando una familia, es lo que nos toca vivir y nos dará un piso de valorar lo que es importante, y cada vez que adquiramos algo que indique una mejora para nosotros, lo vamos a agradecer mucho más”.
Me gusta mi casa. Desde 1997 hemos ido creciendo en este hogar. Es algo que aprendí de mi familia, de mi formación, de valorar cada cosa que uno adquiere porque es producto de un esfuerzo, un sacrificio y un objetivo: “Quiero conseguir esto porque será un beneficio”. Para mí tener un patio bonito era agradable en el sentido que digo: “Ya, listo, me siento acá y ‘¡wow, soy feliz!‘”, escuchando a los pajaritos. En medio de esta ciudad, estoy aquí en mi espacio. De mis cincos hijos, llegué con dos los dos mayores, y los otros tres nacieron viviendo acá.
Vivimos 23 años juntos, tuvimos cinco hijos, pero nunca nos casamos. Nos íbamos a casar, de hecho. Llevábamos tres años viviendo juntos y quedé embarazada de mi primer hijo, Cristóbal: “Vamos a casarnos, llevamos tres años juntos”, dijimos. Teníamos fecha incluso en el Civil... Pero mi hijo nació prematuro y el día que teníamos para casarnos todavía estaba hospitalizado; no le daban el alta hasta el día siguiente. No tenía mucho sentido para mí casarme si no estaba mi guagua. Se suponía que nos casaríamos “embarazados”, no con la guagua en el hospital. “Vamos a poner otra fecha”, dijimos. Lo intentamos y por distintos motivos no se podía y decidimos: “¿Sabes? Dejémoslo para más adelante: la tercera será la vencida y, si no se da, no se da nomás”. Tampoco era tan importante. Con los años decidí que daba lo mismo. Es más, en algún minuto yo decía: “Me conviene más esto de estar soltera porque puedo postular al subsidio habitacional”, jaja. La libreta del subsidio me daba más puntos si era soltera que casada. Dejó de ser importante. No se constituyó en una frustración y nunca tuve esa sensación de: “Oy, nunca me casé” o “a mi papá le hubiera gustado…”. No cargué con esa mochila; me sentía igualmente casada. Siento que tuve una relación súper estable, comprometida, con mucha lealtad y responsabilidad, e incluso más que algunos que están casados por toda la vida.
La “Martuca” de Brujas es un tremendo personaje que marcó un antes y después en varios aspectos de mí carrera profesional. Si bien ya llevaba varios años trabajando cuando hice este personaje, la “Martuca” terminó de posicionarme. Hay un periodo cuando uno empieza a trabajar en esta carrera que la gente te nombra por los personajes, como en mi caso la “Estrellita” (de Arriba el ánimo, Canal 13) o la “Carmencita” de La Torre 10, y empecé a escuchar por primera vez en el supermercado o en la calle que la gente decía: “Mira ahí está la de la comedia... ¿Cuál?... La Solange Lackington, la que hace a la ‘Martuca’”. Sentí una atención de querer saber quién era la actriz detrás de ese personaje. Y fue un personaje bien transversal. Canal 13 apostaba por llegar a un público no sólo ABC1.
Una vez me invitaron para el programa Vértigo, que iban las “Brujas”, después de la teleserie Brujas, que era un capítulo especial con casi todas las actrices. La Carola Arregui no estaba en ese lote; ella cachó que estaba media pesada la competencia, entonces prefirió que la invitaran sola con otros invitados, para asegurar seguramente una mejor participación. Invitaron a las cinco chicas que eran las asesoras del hogar, a la Tere Reyes y a mí. Cuando me invitaron, fui a la reunión al tercer piso en Canal 13 con los productores, para contarnos el formato, de qué trataba y los distintos momentos, de eliminación entre participantes y del público, y un momento especial “en que se lee una noticia y hay que adivinar de quién es el titular”, y eran todas noticias súper faranduleras tipo: “Me pillaron un pito en el auto” o “Me llevaron presa porque estaba curada”. Y yo escuchaba todo esto, callada, y pensaba: “¿Qué hago yo aquí?”. El productor, Claudio Vukovic, me miró y me dijo: “Solange, no has dicho nada, me gustaría escucharte”, y dije: “La verdad, Claudio, siento que no califico aquí”. Se rió igual que todos y me preguntó por qué decía eso. “¿Que noticia van a leer de mí? ¿‘Nació el segundo hijo y lo llevó a amamantar‘? ¿‘Nació el tercer hijo y lo llevó a amamantar’?”, expliqué. “Aparte de eso, ¿con qué te vas a encontrar?”. Y Claudio me dijo: “Está bien, Solange, pero estás acá por tu tremendo personaje, la ‘Martuca’, que todo el mundo quiere y es súper importante tenerte acá”... Bueno, gané el Vértigo... Después, a fin de año, hicieron una selección de los mejores (participantes) de cada capítulo de la temporada, para hacer la final de la final. Me llamaron y también lo gané, con gente ya nada que ver, como (Antonio) Vodanovic y no me acuerdo quién más. Después Vukovic me decía: “¿Te das cuenta? Lo tuyo va por otro lado: la gente te quiere, te respeta y te admira por la tremenda trayectoria de actriz, porque lleves una vida privada totalmente fuera de lo común del resto”. Nunca lo había visto así. Sentía que no calificaba nomás.
Con la maternidad absolutamente prioricé las teleseries sobre el teatro, porque me permitía una “estabilidad”. Siempre ha sido un trabajo muy inestable, pero había períodos un poco más estables cuando tenía un contrato por un proyecto, a veces por uno o dos años. En este oficio, uno aprende a muy temprana edad a que “si gano un dinero por siete meses, tengo que dividirlo para un año”. Siempre tengo que estirar el chicle para que efectivamente me funcione, porque el colegio, la luz, el cable y el agua se pagan todo el año. La tele me permitía vivir de esa manera más tranquila. Y hacer teatro significaba que me ausentaría mucho más de mi casa, porque se ensaya y las funciones son de noche. Era perderme la etapa de llegar a ver a mis hijos, darles comida, bañarlos, acostarlos, contarles un cuento y hacer una oración con ellos. Esas cosas me gustaban y encontraba que eran más importantes que estar haciendo teatro.
Compatibilicé con “éxito” las teleseries y la maternidad. Tuve la la posibilidad de hacer que estas dos cosas se hermanaran, y me lo permitieron. Yo no digo que lo impuse, pero, de alguna manera, cuando me llamaban a algunas teleseries, decía: “Ok, puedo, pero siempre y cuando pueda traer a mi guagua para amamantarla, y hasta que yo quiera; no aceptaré que me digan que a los tres o seis meses se corta; quiero amamantar a mis hijos lo más que pueda y ojalá ir con mi mamá o una amiga que me acompañe”. Pude. Me siento súper afortunada y fue un privilegio.
Siempre me da mucha angustia y pienso en todas esas mujeres que tienen a sus bebés y a los seis meses los tienen que dejar en una sala cuna para volver a trabajar. Muchas tratan de sortear licencias para alargar un periodo de apego importante, no sólo por el pecho materno, sino por el estar presencialmente más tiempo con tu guagua. Y pude hacerlo con mis cinco hijos. Sentía que trabajaba mucho mejor si podía tenerlos cerca.
El ego es importante, hay que tener un ego para sobrevivir en la vida en general, entendiendo el ego como parte de la buena autoestima; pero tenerlo controlado es súper importante. Te puede jugar una mala pasada. El ego se alimenta generalmente de todas las debilidades, miedos, fracasos, ira, frustración, envidia, rabia y celo... Decidí que eso no era lo que quería en mi vida. Lo tuve claro desde que soy actriz. Empecé a trabajar y siempre mi opción fue no estar en los trabajos sólo por mi apariencia; prefería ser una actriz de soporte, de construir, más que de interpretarme a mí misma, por ejemplo; sino que transformarme. Si a los 30 y tantos años me ponían de hijo a un actor que era cinco minutos más chico que yo, ¡no importaba!, lo hacía; si tenía que verme gordita, ¡no importaba! Nunca fue mi prioridad como actriz verme bien ni tener puesto el acento en el físico; sino en la capacidad de versatilidad, de construir personajes y ser distinta: buscar una variedad en eso. Siento que es una manera de tener el ego más controlado. Y saber que no soy imprescindible ni indispensable, ¡que nadie lo es!, también es una manera de tener control del ego.
Separarme después de 23 años no era una decisión fácil, porque si bien no me casé legalmente ni nada, asumí un compromiso para la vida: me emparejé con el papá de mis hijos con la ilusión, esperanza y deseo de envejecer con él al lado, y ver crecer a los nietos. Era un proyecto de vida. Y se cayó. También es bonito darse cuenta que nada es definitivo ni para siempre. Apareció toda la vulnerabilidad a decir: “Se cayó este proyecto, no lo puedo seguir sosteniendo”, porque ya no daba para más. Cuando uno se da cuenta de que ya no sólo lo está pasando mal uno, sino que empieza a repercutir o afectar a quienes más tú quieres, uno tiene que soltar. El punto de inflexión fue cuando me di cuenta que lo estábamos pasando mal varios. Y no es justo.
Hay un antes y después en mí como mujer con la separación del papá de mis hijos, sin duda. Fue un cambio radical que se produjo ahí. Si mis cabros aprenden de lo que hago, ¿qué quiero yo?, ¿que digan “chuta, mira, mi mamá, corajuda, qué valiente, cachó que no y se separó nomás”. Eso les da seguridad a ellos, que si su mamá no la estaba pasando bien, no era lo que ella quería: chao. Quería que mis cabros aprendieran que la vida es así, que uno nunca tiene que perder la capacidad de reencantarse con el amor, que no hay edad para amar, ni para enamorarse y volver a enamorarse. ¿Por qué no? Si soy honesta en decir: “Se terminó, se acabó, se quebró, no era el proyecto, mucho gusto...”, el mundo no se acaba. La vida continúa. Ese aprendizaje sería súper potente para mis hijos, para que entendieran que que una desilusión amorosa o un quiebre de una relación no es el fin del mundo. A veces es el inicio de una mejor proyección de tu propia vida.
Cuando me separé tomé clases de salsa para recuperar mi relación conmigo misma, para sentir que yo era una mujer, que era graciosa, recuperar la autoestima, sentirme bonita y empoderarme un poco. Sentí que podía bailar bonito y obviamente relacionarme con el sexo opuesto, si había estado desde los 23 hasta los 47 con una única persona. Me separé y efectivamente mantuve una lealtad y una fidelidad incondicional en esa relación. Entonces al verme a los 47 —que no es lo mismo que te separes o que termines una relación a los 28, 30 o 35— que ya hay una adultez ad aportas de un ciclo de menopausia, pensé: “¿Cómo me enfrento al contacto con el sexo opuesto a esta edad?”. Sentía que las clases de salsa era una manera de relacionarme desde el baile con los hombres; además la salsa es como el tango, que el hombre la lleva, que tienes que entregarte a este juego de seducción del baile, porque estaba muy defendida, no quería relajar el brazo. Me di cuenta de que estaba muy a la defensiva, y no era eso lo que me gustaría. Aprendí a bailar súper bien, durante un muy buen tiempo. Conocí y tenía un grupo de amigos y amigas de distintas edades, y nos divertíamos harto. Fue un periodo corto, pero lo suficiente como para sentir que la vida era bastante más luminosa y alegre de lo que yo la estaba proyectando.
Mi primer copete lo tomé a los 47 años, porque no me gustaba. El papá de mis niños tampoco tomaba, de hecho, invitábamos gente a la casa y, chuta, teníamos que ir a comprar una botella de vino, no sabíamos qué vino. De repente teníamos una que otra botella guardada de reserva, porque por si venía alguien y aprendimos que había que tener un par de botellas por lo menos. Acostumbraba solamente para la Navidad y Año Nuevo a hacer el “chin chin” (brindis) con el champán, y una probadita.
Después me casé con otro señor y me separé rápidamente: la hice cortita… “Me enamoré por primera vez a los 49 años”, dije en una entrevista (2011) sobre esa relación. Eso está sacado de contexto. Sería horrible que dijera que “me enamoré por primera vez” si tuve cinco hijos con un hombre del que me enamoré profundamente. Esa frase salió en un titular que me cargó, lo encontré pésimo, de mal gusto, me dio mucha rabia y pudor. Entiendo que la prensa necesita agarrarse de algo para vender, y que saliera un titular así iba a generar polémica, porque no iba a faltar alguien que dijera: “¿Cómo tuvo cinco hijos?”. Sentí que me dejaban como chaleco de mono.
Con mi matrimonio me di cuenta de que no era lo que necesitaba ni lo que yo quería, no iba a seguir con alguien que no nomás. Me prioricé absolutamente y no dije “qué van a pensar los niños si me separo de nuevo”. Al contrario, dije: “Es la mejor lección que le puedo dar a mis hijos, de solidez y aprendizaje en la vida: que me separé”. No era lo que quería.
Para Chipe Libre (Canal 13, 2014), me hice una doble cirugía estética (levantamiento mamario y abodominoplastía, según contó en De Tú a Tú y Juego Textual), me dio una infección, pensé que moriría y partí una larga querella por negligencia médica... Perdí ese juicio... Lo perdí... Frustración muy grande... Estuve más de diez años en eso: Invertí tiempo, plata, energía, creí en los abogados y no pudieron. Perdí el caso. No soy abogada, no conozco las leyes; lo que pasó, ya pasó. Fue lamentable porque tanta gente vive además este tipo de problemas con las operaciones, no sólo estéticas. De las estéticas la gente tiene un prejuicio, como “¿pero para qué se hizo eso?”. Suele pasar que tienen un juicio moral y ético de todas las operaciones que tienen que ver con lo estético más que con salud. Lo importante es que hay errores que pueden preverse y ciertas reparaciones que tienen que ocurrir, y no ocurren... Hasta ahora no nombraba al médico que me operó, porque “tengo que ser cuidadosa, estoy en un juicio”. No quise exponerlo y salir trasquilada. Lo único que puedo decir hoy es que perdí un juicio, que me hice una operación que me realizó el doctor Pedro Vidal en el hospital de la FACH, donde él arrendaba boxes para operar a sus pacientes con su equipo médico, de estudiantes recién egresados o titulados. Hoy, tal vez por primera vez, ya puedo decir su nombre. Ya no tengo nada que perder. No le estoy echando la culpa. Solamente puedo decir que no recomendaría a este señor a nadie. Nada más.
Hubo un periodo largo en que me postergué harto a mi misma, en beneficio de un otro, que eran mi familia, trabajo e hijos. Tal vez postergué una parte importante mía de mi esencia de mujer, de darme gustos para mí. Siempre prioricé más el atender, contener o darle gustos a un otro, más que a mí. Pero ya pasó. Eso ya lo tengo súper resuelto, y ya hace bastantes años que trabajo para mí, jaja. Entendí también que si no estoy bien, si no me quiero lo suficiente, cuesta que unos otros importantes para mí como mis hijos se sientan seguros y estables.
Con mi pareja actual, Marcus Jacques Johannes Uljee Van Der Linden, nos comunicamos con espanglish, y el lenguaje del amor, jaja. Le ha costado harto aprender español, ya llevamos seis años juntos en Chile; pero también porque aquí todos le hablan en inglés, mis hijos practican con él, tienen profe de inglés gratis en la casa; aunque ahora tres de mis hijos viven afuera, pero todos hablan en inglés con él. Yo de repente le digo cosas en inglés y español, y Marc me dice que mi inglés está cada día mejor. Me ha servido para soltar. Si hay algo que tenemos, y somos súper chaqueteros en este país, es con el idioma: todos se burlan con la pronunciación, y te chupas. Entonces uno no se atreve. En este caso es distinto, porque no me hace el mismo juicio ni me dice algo porque digo “Oh, my God”; al contrario, porque él podría estar diciendo algo mal en español y no nos reímos de él.
Soy más polvorita y cuando algo que está ocurriendo, es urgente, y me desesperó, digo: “No, no, no, ahora no puedo hablar”, y Marc me dice: “Tranquila, tranquila”. Es súper bonito, porque ha servido para hacer el ejercicio de comunicarnos. Por ejemplo, si vengo de la esquina, discutí con un vecino que me dijo “por qué estacionaste mal el auto” y le contestó “yo no estacioné mal”, y llego acá molesta o triste, Marc me pregunta: “What’s happen?”, trato de explicarle: “No, I’m tired...”. Y sino, lo escribo en el traductor de Google, y ahí él me dice: “Ah, OK”. Y nos instalamos más calmados. Lo miro y hago el ejercicio de decir: “Este hombre lindo, bueno, no tiene ninguna culpa de lo que me está pasando, no tengo por qué tirarle la foca a él”. No se lleva esos desahogos que uno tiene con la gente de confianza cuando maneja el idioma, que llegas a la casa pateando la pe***. No es correcto eso y somos muy dados para descargarnos con el que tenemos más cerca. Con él he aprendido eso: que lo importante es lo importante, y lo no tan importante no lo es.
Me volvería a casar, de hecho, Marc me pidió matrimonio, le gustaría casarse. Nosotros estamos acá con Acuerdo de Unión Civil, ya estamos casados de alguna manera. Él llegó a Chile y para hacer todos su papeleos y trámites de manera más rápida, hicimos una Unión Civil... Ahora si me casara lo haría con el romanticismo de lo que nunca hice. Me encantaría hacerlo. Una cosa muy bonita, una ceremonia con él, sí, de todas maneras. Pero si no lo hacemos, o no todavía, más adelante, tampoco me quita el sueño. Estoy muy feliz con él. Me encantan los ritos.
Marc me pidió matrimonio, con un anillo, muy bonito, ahora para la Navidad. Estaban mi mamá y tres de cinco mis hijos. Fue emocionante, y obviamente le dije que “sí”. Pero ojalá pudiera venir la familia de él de Holanda, y que estén mis hijos con sus familias. Hay que buscar un tiempo para hacerlo, que ojalá todos pudieran estar. No este año, tal vez el próximo. Tenemos un terreno en el Sur, nos gustaría construir una casita allá.
Cuando me propusieron por primera vez hacer a Gabriela Mistral, pregunté: “¿Quién se les cayó? ¿Quién les dijo que no?”. Siempre he creído que hay alguien que lo puede hacer mejor que yo, en general, en todo. No significa que no me tenga fe y que no lo haga bien. Pero siempre he creído eso y, para este personaje en particular, de sobre manera. Creo que había otras actrices que tal vez calificaban mejor. Sigo pensando que cualquiera puede hacer a Mistral, porque finalmente uno encuentra a la Mistral que lleva uno adentro; de acuerdo a la empatía o a las ganas que uno tenga de interpretar a un personaje, es cómo lo vas a reflejar. Hoy siento que amo a mi Mistral, a la que llevo adentro, y me apropio de mi Mistral, lo que no significa que cualquier otra pueda hacerlo. Sin duda.
Pasar de conocer NADA a Gabriela Mistral, nuestro Premio Nobel y Nacional de Literatura, a conocerla un poco más, ya es un tremendo paso. Y digo “conocerla un poco más”, porque es un personaje del que es muy difícil decir que uno la conoce en su totalidad. Es inabordable. No termino nunca de conocer su pensamiento y su quehacer. Es una mujer que abarca mucho, no solo en la poesía ni la docencia; también su labor política, su defensa por los más necesitados, por las mujeres, los pobres y los campesinos; su rol como madre, su maternidad; su relación con la religión, con la fe, Cristo y Buda. Es demasiado amplia. Ni siquiera he leído todo lo que ha escrito. Pero hoy puedo decir que Mistral es un tremendo personaje y mujer. Me conmueve profundamente su vida. Empatizo absolutamente con muchas de las cosas que vivió y experimentó en su infancia.
Me encanta hacer a la Mistral, gozo CADA VEZ que hago una función con el biodrama, De cómo me convertí en Mistral que hice en conjunto con Ingrid Leyton para el Teatro Nescafé de las Artes, en que hablo del proceso de lo que significó para mí convertirme en Mistral para la obra Mistral, Gabriela (1945), escrita por Andrés Kalawski, estrenada en el GAM en el 2019 (ahora viene una temporada desde el 24 de abril hasta el 5 de mayo en el propio GAM). Cada vez que tengo funciones de estas dos obras me revitalizo, me lleno de tanto que he aprendido de ella.
¿Qué encontré de Gabriela Mistral en mí? El amor por los niños, obviamente; el bajo perfil, siento que me hermano con ella en eso, en esto de no hacer mucho ruido; su profunda fe; y el amor por la naturaleza, que también lo tengo, siento y me moviliza. Tal vez lo único en que no he incursionado y no he sentido una cercanía con ella es en su labor diplomática de cónsul, agregada y embajadora de Chile. No he entrado en ese mundo de la política. Pero empatizo y me siento muy en cercanía y en sintonía con ella en la docencia, enseñar con el arte, aunque ella desde la escritura y yo desde la actuación. Ella a los 56 años recibió el Premio Nobel y justo a esa edad a mí me llamaron para interpretarla. Ella a sus 39 años estaba adoptando a su hijo Yin Yin; yo a los 39 estaba pariendo a Mauro, mi cuarto hijo. Nació un día 7 y también nací un 7. Hay una coincidencia. Empecé a encontrar ciertas cositas así.
Hay varios actores que murieron sin reconocimiento. Hace poco murió Mario Lorca, que tuve la suerte de trabajar tal vez en la última hora que hizo, en el 2023, en el Teatro UC, de corte familiar, El canto del ciervo y el niño. Murió a los 97 años. No sé por qué razón no se le premió antes o no se le incluyó más, siendo que estuvo vigente con su cabeza, lúcido, hasta tanto tiempo.
Lamentablemente Mistral tiene razón: este es un país que ningunea y chaquetea a su gente. En la obra, la chica que me secuestra me dice: “Te ganaste un premio”, y le contesto: “¿El Nacional? Imposible, se lo darán hasta a Florencio Barrios antes que a mí. Podría ganarme el Nobel y seguirían sin darme el Nacional”. Y así fue: ganó el Nobel y tuvieron que pasar seis años para que le dieran el Nacional. Chile nunca la reconoció ni la valoró a tiempo, la desmontaron y ningunearon, con el comidillo: “Que si fumo, que si uso pantalones, que si uso falda, que si soy comunista, que soy amiga de María de Maeztu…”, pelambre por aquí y por allá. Un poco es así nuestra idiosincrasia. Ese dicho de que “nadie es profeta en su tierra” creo que nos define mucho, a diferencia de otras culturas como Argentina, al punto que es extremo: veneran a (Diego Armando) Maradona sabiendo que, más allá del GRAN futbolista que fue, en su calidad humana dejaba bastante que desear. Acá no. No tenemos tampoco tanta protección, ni leyes que nos protejan y nos apoyen. Con lo que cuesta hacer teatro y cine independiente, si no postulas a un fondo o no consigues financiamiento privado, es imposible.
Estuve dos años fuera de las teleseries tras Verdades ocultas (Mega). No me llamaron. Y aproveché de hacer mucho teatro, ¡ufff!, en el 2023 estrené siete obras, que es mi récord.
Me dediqué mucho al proyecto de mi película. Afiné tanto mi guion que lo postulé al fondo de escritura y me lo gané el año pasado. Ya tengo mi versión más acabada, está listo. Ahora estoy buscando una productora, estamos en conversaciones. Es de un fragmento de mi vida, es una experiencia que viví que la sublimé y la transformé. Escribí este guion porque viví esta experiencia que dije: “No pensé que estaría viviendo esto, lo transformaré en cine”. Y quería hacer cine, no me han llamado mucho. Ahora acuño la frase que me dijo la querida Natalia Valdebenito en un entrevista no hace mucho: “El cine está al debe contigo”. Claramente esta película quiero actuarla y también la quiero dirigir, que sea mi ópera prima. Obviamente quiero asesorarme y trabajar con gente que le guste el proyecto y sea capaz de ayudarme a armarla.
Todavía estamos grabando Amores de mercado (Mega), ya nos queda poquito, estamos casi terminando, en abril. Hacía tiempo no lo pasaba tan bien en una teleserie, con un elenco grande, casi como esos de antaño. Me reencontré con algunos actores con los que no trabajaba hace mucho y otros con los que no había trabajado nunca. En general ha sido una producción de lujo. El ambiente laboral ha sido increíble, de mucho respeto, generosidad, cordialidad, seriedad, disciplina, profesionalismo, mucha buena onda, cariño y ternura. Ha sido muy rico el proceso. Y es tan agradable cuando pasa eso, porque quedo con ganas de que se llamen de nuevo. Feliz acepto de nuevo.
¿Qué opino sobre los remakes de las teleseries? Es trabajo, más allá de que sea un remake, es una fuente laboral importante para mucha gente, no sólo para los actores, que son los rostros visibles, sino que para un tremendo equipo detrás de producción, dirección, camarógrafos, asistente de cámara, iluminación, sonido, maquillaje, vestuario, tramoya, utilería, en fin; es un conglomerado de gente importante que tiene una fuente laboral por un periodo no menor, dada la situación inestable de crisis mundial, lo caro que está este país y lo bajos que están los ingresos. Un remake es un trabajo, una fuente importante y uno tiene que tomarlo, hacerlo y agradecerlo; y luego aprovechar esta experiencia para que se vuelva un desafío de cómo reinvento este personaje (Nora Pacheco) dentro de una teleserie que ya se hizo; es mi singularidad la que va a aparecer. Me pareció interesante hacer algo que ya se hizo, con otra mirada, en otro espacio-tiempo, 20 años después. Se hacen remakes en general de películas también.
Más allá de que el canal decida no hacer más remakes, bueno, no se hacen más; si se da la posibilidad de que hagan cosas nuevas, bienvenidas siempre. Pero si se opta de repente también por hacer un remake, a lo mejor es porque se pensó que podía ser un exitazo como lo fue antes, o porque tampoco había mucho donde echar mano de algo nuevo que estuviera tan acabado como para lanzarlo: “Si no tengo un producto nuevo, competitivo y atractivo para salir al mercado, busquemos algo que a lo mejor ya fue y se puede hacer”. Tal vez era una manera de abaratar costos también. No sé cuáles son las razones por las cuales un canal de televisión decide hacer remakes. Pero me imagino que tienen como punto de partida que les irá bien. Nadie hace algo pensando que le irá mal.
No me estreso con el rating, si le está yendo bien o no (a Amores de mercado). Creo que el people meter que tengo yo —y los actores en general— es la calle, la gente que te habla y te dice “me gusta su personaje” y “¿ahora qué va a pasar?”. Dentro de eso, he escuchado en general buenos comentarios, el pulso de la calle en general, de todo, o sea, de la teleserie, de los protagonistas... Nadie me ha dicho cosas así como “pa’ qué hicieron esto, qué malo”.
No perseveré en la comedia stand up, porque es difícil. Lo que más me complicó fue pararme como yo misma y no como un personaje. De hecho el poquito tiempo que hice stand up en El Cachafaz, una temporada (con el show Toma Cachito de Goma), lo hice refugiada en tres personajes: la “Estrellita”, una mujer sola separada y una mamá sobrepasada. Pero en el stand up eres tú, más allá de que todo lo que digas sea verdad o no; por ejemplo, Edo Caroe en el Festival de Viña contaba que su hija era bisexual, y tú dices: “¿Será verdad?”. Puede que sí o no, da lo mismo, pero igual es presentado algo a partir de ti, y esa ventilada para afuera me da nervio. No sé si tengo cosas tan entretenidas para ventilar.
“Creo que los artistas no debieran tener color político, porque nos debemos al público”, dije hace muchos años en Mentiras Verdaderas, y aparecí como en la campaña del Apruebo como “Martuca” (2020)... No he cambiado de posición, porque el Apruebo no tenía que ver con un color político, era mucho más amplio que eso, era: “apruebo el cambio de la Constitución”, era como el Sí y el No. Sin duda mi tendencia es mucho más hacia la izquierda que a la derecha, podría decirse; pero me cerceno si lo digo público. Una vez Ramón Núñez, un profe de la escuela nos decía: “Uno no puede casarse con política ni religión; puedes tener tu opción política y religiosa, pero uno se debe al público, y el público no siempre es de derecha o de izquierda”. Es más, en este país si te casas con la izquierda porque eres de izquierda, resulta que los que te van a financiar los trabajos, los privados, para una película, son los empresarios de derecha, por ejemplo. Es como cerrarte puertas. Cuando más joven defendía la postura: “¿Dónde están los principios y los ideales que uno tiene?”. Después entendí que la familia no come con los principios ni ideales.
Hace ocho años inicié una ruta más espiritual, activé mi glándula pineal y empecé a tener más conexión, a través de la meditación y respiración también. Más consciente de elevar esta frecuencia vibratoria, desaprender y el desapego de lo material.
Me di cuenta que era una inspiración para otras personas con mis hijos obviamente, sobre todo, y para alumnos a los que les he hecho clases, y hago coaching también. Tengo una fanpage de unas chicas que me siguen desde Verdades ocultas, unas cabras chicas que tenían 13 o 14 años, y ahora una ya entró a la universidad. Son admiradoras, y me han dicho cosas tan bonitas porque dicen que soy una “inspiración”. De repente hago videollamadas y converso con ellas. Cuando hago clases me he dado cuenta que hay mucha gente que recoge de mí una “energía” que las inspira, incluso algunos actores jóvenes con los que he trabajado, y fundamentalmente mis hijos: me ven que sigo estudiando, que escribo, hago cosas, no paro y me sobrepongo. Es muy bonito sentir eso. Hace tiempo sentí que era una hija privilegiada de Dios Padre. A todos nos pasan cosas especiales, sólo que habemos personas que tenemos más conciencia que nos pasan cosas especiales.
Me encantan mis hijos. Es maravilloso haber tenido cinco hijos hombres: increíbles, buena onda, hermanables y se quieren entre ellos. Siento que estoy aportándole a la sociedad, al mundo, cinco lindas personas. No sé cómo habría sido mi vida si hubiera tenido cinco mujeres, ¡a lo mejor igual!, pero tengo cinco varones, no sé por qué. También siento que me he bancado distintas épocas: el menor tiene 17 años, está en cuarto medio; y el mayor, 34. Veo que el mundo de los mayores es totalmente distinto a los más chicos de ahora.
Soy capaz de ver desde afuera que tampoco se la llevan fácil los hombres hoy, con todo esto de los cuidados que tienen que tener respecto de las funas, por ejemplo. Antes siempre se decía como: “Oy, tener una niñita, qué terrible, hay que cuidar tanto a las niñitas” o “tener una hija es tan exquisito, pero hay que tener tanto cuidado que no les pase nada, que no las vayan abusar, violar o maltratar”. Crecí oyendo eso. Nunca escuché a mis papás, abuelos ni a nadie decir que había que “tener cuidado con los niñitos”. Y es cierto. Claro que hay que tener cuidado con las niñitas. Pero hoy también hay que tener cuidado con los niños, no sólo con que se comporten, sino con que no les vaya a pasar nada. Si hablamos cómo está la sociedad, hay que tener respeto y cuidado tanto por los niños como por las niñas. Hoy no me atrevería a decir que es más fácil ser papá o mamá de hijos hombres que de mujeres. Es igualmente delicado.
Mi madre está bien de salud. Es una mujer muy autónoma, autovalente y clever. Me encanta que sea así y ojalá Dios le siga dando esa salud. Fue muy fuerte para ella cuando perdimos a mi papá, se quedó viuda y se casó a los 22 años con mi papá, más de 60 años casados. Fue muy fuerte y dolorosa la muerte de mi papá, y no hace mucho, hace dos años. Pero ha estado súper bien y la hemos sacado adelante entre todos.
A mi papá lo extraño mucho, era demasiado regalona de él. Es un tema sensible todavía para mí. Me cuesta. Mi papá murió el mismo día de mi cumpleaños (7 de diciembre del 2022), a la misma hora que nací. A las 3:40 AM me llamó mi mamá por teléfono diciendo que mi papá había muerto. Una muerte súbita. Se fue en el sueño. Ha sido muy doloroso. Ha sido todo un proceso para mí para entender: “¿Por qué escogiste este día, papá?”. Me lo ha tratado de explicar distinta gente, gente que hace Ho’oponopono, constelaciones familiares o más budista, y me han dicho que “cuando una cercana persona muere el día que naces, es porque te eligió y te está honrando, te está dejando un legado: ‘toma tu vida y sé feliz, haz todo lo que quieras y tengas que hacer, te entrego mi último suspiro’”.
Presentí que algo iba a pasar. No puedo decir que yo sabía que se iba a morir, ¡mentira! Pero dos días antes de mi cumpleaños, sentada ahí en esa terraza, sentí a las 10 de la noche una sensación de que me faltaba el aire. Me acosté, no me sentía bien. Al otro día, igual, y pensaba: “Pucha, mañana es mi cumpleaños, quiero estar bien, no quiero que mi papá y mi mamá me vean así… ¿Y si no lo celebro?... No, tengo que celebrar, cómo no voy a celebrar...”. Marc me dijo el día previo: “Vamos a comprar al supermercado las cosas para el cumpleaños”. Se me apretó la guata y le dije: “No, no, mañana iré al doctor, no me siento muy bien, quiero hacerme un chequeo; y de vuelta pasamos a comprar cosas”... Y en la madrugada me llamó mi mamá... Algo me estaba avisando que yo no iba a celebrar mi cumpleaños.
Trato de armonizar mi cuerpo de acuerdo a cómo estoy armonizada yo espiritual y emocional. Hay veces que me miro al espejo y encuentro que estoy estupenda; y otras veces, lo peor. Pero dentro de eso, siempre busco encontrar un equilibrio, y eso pasa por tener energía, por sentirme bien; o si tengo alguna dolencia trabajarla y superarla. Me gusta armonizarme física y emocionalmente.
Siempre digo la edad que tengo. Mi papá murió cuando cumplí 60, y ahora recién cumplí 62. No le tengo miedo a la vejez. Quiero tener una vejez armoniosa, bonita, quiero ser una vieja linda, chora y alegre.
Cuestionario Pop
Si no hubiera sido actriz, me hubiera gustado ser profesora.
En mi época de estudiante en la U. Católica trabajaba y estudiaba, entonces era súper bajo perfil, y muy atenta a cumplir tanto en los estudios como en el trabajo. Era responsable.
Un apodo es “Ange”, “Angita”, “Angi” y “Sol”. Me decían así cuando iba a veranear al Sur.
Un sueño pendiente es hacer mi película.
Una cábala es ofrendar siempre las obras.
Una frase favorita es “Mira tú”.
Un trabajo mío que no se conoce fue vender ropa, en ese periodo que no tenía mucho trabajo en la tele. Y todavía, voy todos los domingos a una feria, con mi mamá, y vendemos ropa.
Con mi primer sueldo me compré un cubrecama y unas botas, en Providencia, en el Drugstore, en una tienda que me encantaba. Fue trabajando en una teleserie, Alguien por quien vivir (Canal 13). Hacía de extra.
No me arrepiento de nada.
Una actriz chilena que admiro... Hay varias... la Gaby Hernández.
Una actriz amiga es la Gaby Hernández, jaja.
Un pasatiempo oculto es jugar Candy Crush.
Una película que me hace llorar es Los puentes de Madison.
Un miedo es que me asalten. Una vez me asaltaron, me quitaron el celular en la calle, y han habido intentos de portonazo, pero me he dado cuenta, entonces he conectado la alarma del vecindario. Mi mayor miedo es que físicamente me hagan o le hagan daño a alguien con una agresión.
No creo en el horóscopo. Me causa gracia y cuando me sale algo bueno, digo: “Sí, soy súper Sagitario”. Hueveo con eso.
Si pudiera tener un superpoder, me gustaría teletransportarme para ir a visitar a mis hijos a Australia y darle un beso a Cristián, a Nueva York a Cristóbal, y a Kansas a Martín... Y viajar a ver a mi papá.
Un placer culpable son los dulces, todo lo que es pastelería.
Si pudiera invitar a tres famosos de la Historia, invitaría a Frédéric Mistral y Gabriele D’Annunzio, y a Gabriela Mistral, porque ella dice que se puso así por ellos. Los invitaría a ellos tres, para saber si ellos saben que se puso así en honor a ellos, para que conversan sobre eso. Y sino, invitaría a Teresa de Calcuta, al doctor Frank Suárez y a William Shakespeare, de distintos ámbitos.
Solange Lackington es esta que está aquí: una mujer que ama ser feliz.