En el Metro un tipo me empezó a acosar. Me asusté, pero era atractivo. Me dejé llevar y comenzó a tocarme. En la siguiente estación me bajé. El se bajó y nos pusimos a conversar. Partimos a un parque, nos besamos, me invitó a un motel y acepté.
Hasta hace dos meses era el cabro más feliz del barrio, porque con mis 32 años me estaba dando la gran vida con una dama de 55 que, aparte de hacerme feliz con mayúsculas, me pasaba platita para el bolsillo.
Llega el verano y me voy mirando en el espejo y me siento de lo más porcino. Creo que con mis rollitos y ponchera de 33 litros, como las mochilas, no voy a llegar a ninguna parte en los balnearios a los que voy año a año.
Lo único que hace mi señora es pedirme plata para todo. A fin de mes le entrego todo el sueldo y me dejo 50 mil para la locomoción. Así y todo, no me da la pasada y hace un mes cumplí dos años sin hacer nada de nada con ella.
No entiendo cómo mi esposo prefiere ver los partidos de la U que estar conmigo. Vive pensando en ese equipo al punto que en vez de hacerme el amor prefiere ver videos de cuando salieron campeones de la Copa Sudamericana.
Hace cuarenta primaveras que no veo el cuerpo de un hombre desnudo. Imagínese cómo estoy.
Mi polola me dejó porque odio a su gato y me pilló echándolo a la calle. Veíamos TV y el animal al acecho, y cuando hacíamos el amor, pareciera que el peludo estuviera en primera fila de un cine Triple X.
Mi señora me pegó el viernes con una escoba. Me dejó el brazo con un esguince y ahora ruega porque vuelva con ella. La amo, pero de verdad, las veces que me ha golpeado ya no sé cuántas fueron.
Llevo un año y más sin que mi esposo, el que me juró amor eterno, me toque un pelito. Le contraté un servicio de cable erótico y nada, me exhibo desnuda del baño a la pieza y no pasa nada.
Desde los 17 años que estoy enamorado de una mujer que por muchas circunstancias no pudo estar a mi lado. Pololeamos, íbamos a casarnos al cumplir la mayoría de edad, pero nuestras familias eran rivales y todo se fue a la basura.
Soy deportista de casi toda la vida y a mis cincuenta y algo aún salgo a correr, hago pesas, cuido la dieta y no me lanzo con el copete. Donde sí me desbando es en el catre, así de simple y directo.
Pertenecía a un grupo de amigos de verdad, no como el de la teleserie nocturna. Un equipazo de la pega, que comenzó a conocerse, a compartir copetes y a abrir las puertas de su casa para disfrutar de familias, amigos y parejas.
Todo presente es sequía y tristeza, porque gracias al príncipe que me hacía vibrar como un diapasón mi marido me dejó botada sin apelación, porque le llegaron unos videos de mis performances.
Tengo 39, corro todos los días, no tomo, como lo justo y bueno, soy fiel hasta ser tonto, gano buena plata, soy respetuoso, tengo buena pinta. Pero tengo un pero tremendo: soy insaciable al hacer el amor y mi mujer no es del mismo tiro.
No le puedo decir su nombre. Lo único que le voy a decir es que es famosa, muuuy famosa. Nunca fui muy bueno con el computador, pero desde que supe de las redes sociales me puse las pilas y la seguí al lugar que ella fuera.
Más que la PSU me preocupa la fiesta de fin de año. Me tengo fe en la prueba, me ha ido la raja en toda la media y voy a salir con un 6,9.
Desde que me miré al espejo y vi que tenía más guata que el pony que ve mi hija en la tele, me metí a un club de trekking, que me cambió la vida.
Cada vez que me miro al espejo me odio, pero a concho. Me veo rico, pero me baja la rabia y ya van tres cristales que rompo. Me pasa esto desde que me gasté una porrada de plata corrigiéndome la tremenda cayuya que me gastaba.
Hace tres meses me vi aquejado de un terrible dolor de muelas, estaba que moría y fui de urgencia donde un dentista. Estaba casi muerto de dolor y entré a una consulta y en medio de mi agonía pude distinguir algo del cielo, del Edén...
Me divorcié hace un año, hastiado de una mujer que me celaba todos los días, siendo yo un tipo correcto, derechito y muy rendidor y creativo en la cama.
